Como padre de adolescentes, mis dilemas andan ahora por la casilla de hasta dónde llega la libertad que se le debe dar a un menor para no limitar su crecimiento personal sin incurrir en la irresponsabilidad del libertinaje. La teoría es fácil pero la aplicación práctica se encuentra con muchos escollos, desde los horarios hasta las amistades. Los progenitores, al menos en mi caso, llevamos grabado a fuego en el ADN el instinto protector, pero la cabeza nos manda ir soltando cuerda. Como profesor, me encuentro con todo el repertorio de recetas y he visto por las aulas alumnos atrapados en la superprotección, y también adolescentes abandonados a su suerte. El término medio es un intangible y lo que vale para unos casos no sirve para otros. Pero llega un momento, inevitable, en el que hay que tratarlos como adultos.

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