La lengua es un buen termómetro social. La palabra «empresario», por ejemplo, está connotada negativamente, casi al mismo rango «facha». Tanto es así que la progresía, que no puede renunciar (al menos no completamente) a la aportación de los patronos, les inventa líricos eufemismos como «emprendedores». A la sazón, la creación de riqueza tiene también muy mala prensa. Subyace un atávico relato sobre explotadores y explotados, de cuyos prejuicios parece que no podemos escapar. Si los empresarios están mal vistos, ¿qué les contamos del último escalafón de la cadena, los autónomos? Ignoro cuántos autónomos hay en Alcalá de Guadaíra, pero se les conoce porque llevan un estigma grabado en la mirada, por esa insufrible carga que deben llevar en silencio. Dice el chiste que una persona le pidió a Dios que nunca se enfermara, y este lo hizo autónomo.
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