En la Edad Media la palabra francesa bureau –españolizada como buró– designaba un tejido de lana basto, generalmente marrón, del que cortaban sus capas los mendigos y todavía cosen sus hábitos aquellos religiosos que quieren significar la pobreza. El grosor de esta tela resultaba perfecto para impedir que las monedas rodasen por el suelo en mesas de banqueros y cambistas, y además protegía las maderas de la tinta con que escribían recibos y contratos. Así que aquel tejido humilde se juntó con el dinero y cambió su destino.
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