Hace cincuenta años que me vine a vivir a Alcalá, por motivos laborales de mi padre, con pena por dejar la vida que teníamos en Madrid. En la edad del tránsito entre la infancia y la preadolescencia, los cambios son un drama. Hoy me alegro de vivir aquí.
La Alcalá de entonces era un auténtico pueblo, apenas se llegaba a los 40.000 habitantes; hoy somos 75.000, y aunque nos quieran calificar como una gran ciudad, seguimos siendo un pueblo con todos los inconvenientes de una ciudad.
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