Fue una amistad corta pero intensa. En apenas siete años, Enrique Sánchez y quien escribe, pasamos de ser completos desconocidos a amigos, sin adjetivos edulcorantes y en el más amplio sentido de la palabra. Me abrió las puertas del periódico cuando tocaba remontar. Nos conocimos en un momento durísimo para La Voz de Alcalá y para él personalmente. Perdió amigos, sufrió y se repuso, como hacía con cada revés que recibía en la vida. Luego le tocó saborear algunas mieles. Celebramos los 500 números y el 30 aniversario del periódico. La satisfacción no le cabía en el pecho, y la suya era la mía. Pero la felicidad es pasajera en una redacción, porque convivimos con una realidad que se empeña en oscurecer la vida.
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