¡Oh, grandes lectores de todos los tiempos! Prestad atención a la historia que os traigo, pues no es cuento vano ni invención peregrina, sino verdad probada y documentada.
En la hermosa villa de Alcalá de Guadaíra, donde su río se acerca al Guadalquivir serpenteando entre molinos y olivares, Miguel de Cervantes, vuestro humilde narrador, dejó su huella. No fue, como algunos pudieran pensar, en busca de aventuras caballerescas ni de inspiración literaria, sino por motivos más prosaicos: el aceite de oliva virgen extra de variedades autóctonas con denominación de origen. Ese oro líquido que alimentaba cuerpos y encendía lámparas, ese manjar que tanto apreciaba vuestro servidor.

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