Todas las ideologías ofrecen perspectivas sesgadas de la realidad. Según el marxismo, el proletariado es pobre porque la burguesía lo explota. El liberalismo, por el contrario, sostiene que los ricos deben su fortuna a su talento y esfuerzo. Cada cual describe la realidad como justa o injusta en función de su posición o sus tendencias intelectuales.
Este sesgo personal en las preferencias ideológicas es comprensible. El marxismo ya no es lo que era, pero en sus buenos tiempos se hubiera podido reprochar al proletariado que lo apoyaba solo por interés. Aun así, nadie les hubiera podido negar su pobreza. Los trabajadores del siglo XIX tal vez fueran hipócritas, pero no eran unos impostores.
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