Los centros educativos tienen vida, ritmos, sonidos, luces… que se transforman cuando el calendario se asoma al verano. Huele, suena, siente a fin de curso. El cansancio de los profesores, la impaciencia de los alumnos, el trajín burocrático de boletines, actas e informes nos avisa a manotazos de que se acaba un curso más, o de que nos queda un curso menos. En el caso de los alumnos los cambios de aulas, ciclos y materias suele coincidir con empujones al calendario de ritos vitales. En el caso del profesorado los calendarios solo se toman un respiro necesario para volver a fingir que empezamos de nuevo.
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