Querido Enrique: te has ido sin hacer ruido, sin pedir permiso, sin avisar. Sabíamos que andabas en un momento delicado, pero seguramente ni tus más cercanos sabían que el momento estaba presto. Te has ido como en aquel poema que Antonio Machado le dedicó a su maestro, Giner de los Ríos, ligero de equipaje. Sólo sabemos que te has ido por una senda clara, diciéndonos, hacedme un duelo de labores y esperanzas.

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