Muchas veces se ha hablado de la conveniencia de nombrar una calle de una determinada manera, o de la necesidad de rebautizarla para no herir sensibilidades e incluso para reparar agravios. Pero, si nos fijamos, el cambio de nombres de calles y plazas responde en la mayoría de las ocasiones a motivos más sencillos y menos polémicos. Lo habitual es renombrarlas por hacerle un hueco, darle un sitio supuestamente de honor, a alguna persona –alcalareña en nuestro caso– de relevancia especial por haber hecho cosas dignas de ser recordadas, esto es, memorables, dentro o fuera de nuestro pueblo.
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