Antiguamente, se creía firmemente que era bello —pintura, escultura, paisaje, teatro, música, edificio o el propio cuerpo— lo que seguía unos cánones de armonía, equilibrio, etc., más o menos establecidos por la cultura del momento (¡véase U. Eco!) y, por tanto, independiente del pensamiento y el gusto personal del espectador que lo admirara. Así fue desde las creaciones monumentales de las pirámides, los clásicos grecorromanos y así…, hasta casi nuestros tiempos posrenacentistas.
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