Estáis pensando, queridos lectores, que es singular como cualquier ciudad. Pues no: Alcalá fue, es y será siempre exageradamente peculiar. Anoto algunas de sus ancestrales singularidades. Alcalá carece de una buena tierra de labranza adecuada, salvo algunos pequeños huertos a la orilla del Guadaíra; solo tuvo albero y pocos olivares. Esta fue la causa de que nunca tuviera terratenientes ni nobleza alguna (recordad lo que nos divertíamos, en artículos anteriores, con la «marquesa de los tomates» o con el «marqués de la viruta»). Nuestros ancestros inventaron –para poder vivir– los molinos de agua para moler el trigo y así aparecieron las familiares, singulares y múltiples panaderías. (En los años 60, existían en mi pueblo cincuenta veces más hornos de pan que en otros pueblos con el mismo número de habitantes).
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